El proyecto museográfico - Una partida de ajedrez
Denominación y justificación del proyecto
El ajedrez es una prueba de inteligencia, decía Goethe. Armemos, pues, una buena partida y calculemos todas las variantes tratando de analizar las secuencias alternadas de jugadas con el fin de armonizarlas e idear una estrategia favorable a nuestros intereses patrimoniales, que son dos.
Tenemos un tablero y dos frentes, las blancas y las negras. Así, pues, son dos enfoques, dos visiones, dos miradas que en principio parecen contrapuestas. Por un lado, poner en valor el conjunto del edificio histórico Casa-Palacio (incluyendo jardines, grutas, etc.) y su valor histórico, artístico y patrimonial teniendo en cuenta que este núcleo o conjunto arquitectónico original fue ampliándose, hasta dar lugar a la Casa de Campo (sitio declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Sitio Histórico en 2010); y por otro, poner en valor el ajedrez como valor patrimonial de la cultura local y universal. En ambos bandos, contamos con los mismos trebejos para las blancas y para las negras, pues hay una coincidencia de piezas (trebejos): la monarquía española y el pueblo de Madrid.
Desde que Felipe II instaló la corte en Madrid en 1561 y al año siguiente compró la finca de recreo, los diversos monarcas castellanos y españoles fueron modificando arquitectónicamente el edificio renacentista y el espacio circundante hasta que en 1931 la Casa de Campo dejó de ser patrimonio de la monarquía y pasó a manos del pueblo de Madrid. De forma similar, en el contexto histórico de la época de Felipe II en la que la clase media-alta que se preciase educaba a sus hijos en el conocimiento del juego de ajedrez como educación socialmente obligada, el ajedrez era un juego de reyes, príncipes y estrategas de guerra. Se cree que fueron grandes aficionados Abd-al-Rahman II, Tamerlán, al-Mutamid, Harum al-Rashid, Carlomagno, Carlos XII de Suecia, Federico II el Grande de Prusia, Catalina II de Rusia, Iván IV el Terrible, Amadeo I de España, Bismarck, Enrique IV de Francia, Luis Felipe de Orleáns, Gustavo III de Suecia, Jorge III de Inglaterra, Luis XIII de Francia, Napoleón Bonaparte, Don Juan de Austria, Luis XIV de Francia, Lenin o Napoleón III.
De ahí que protagonistas destacados en la historia del ajedrez fueran los propios reyes, caso de figuras como Alfonso X el Sabio (autor de Libros de Ajedrez, dados y tablas); o figuras muy cercanas al monarca, caso de Ruy López de Segura (1540-1580) que fue consejero y confesor de Felipe II (autor del Libro de la invención liberal y arte del juego de ajedrez, e introductor de la apertura que lleva su nombre, también llamada apertura española) y que fue el jugador más fuerte de su época.
Por otro lado, la evolución histórica de la propia monarquía queda reflejada en el juego del tablero y, sobre todo, en la forma y denominación de las piezas e, incluso en el valor y movimiento de las mismas. Hay quienes atribuyen la aparición de la Reina o Dama al poder que alcanzó una mujer, Isabel la Católica, pues hasta entonces existía la figura del alferza, pieza masculina de menor valor que la reina ya que sus movimientos en el tablero se limitaban a desplazarse una casilla en diagonal.
En cuanto a la figura de las piezas, los ajedreces arcaicos procedentes de diferentes culturas, representan todos ellos ejércitos con sus reyes, generales, asesores y cuerpos de ataque: caballería, infantería, carros de combate, etc; ya que estas sociedades eran, esencialmente, guerreras.
Luis Ramírez de Lucena que escribió el tratado “Repetición de amores y arte de ajedrez”, publicado en Salamanca en 1497, fue quien unificó las reglas (y piezas) del ajedrez porque hasta ese momento tenían diferentes modalidades dependiendo del lugar donde se jugase. Se conoce poco sobre la vida de este jugador y autor de ajedrez. Se sabe que estudió en la Universidad de Salamanca, y se cree que era un judio converso. Hay quienes afirman que pudo haber sido la figura en quien se inspiró Fernando de Rojas para crear el Calisto de La Celestina. El ajedrez era uno de los entretenimientos preferidos entre los estudiantes universitarios.
Muchos humanistas pensaban que, además de en el arte de la guerra y las armas, los príncipes y cortesanos debían estar versados en letras; pero algunos consideraban perniciosa la práctica del ajedrez por ociosa. Por ejemplo, Baltasar de Castiglione, en “El Cortesano”, publicado en Valencia en 1528, ironiza con la importancia del juego y narra una anécdota sobre una mona sabia capaz de dar mate a un caballero jugando una partida delante del Rey de Portugal. Satirizando el valor juego y jugadores.
En el Renacimiento, Ruy López (contemporáneo a Cervantes, humanista y gramático además de consejero real) y considerado como primer campeón de ajedrez europeo, al menos entre 1570 y 1575 cuando le arrebató el título el calabrés Da Cutri (que acabó asesorando al rey Don Sebastián de Portugal en la corte portuguesa), defendía el ajedrez como sciencia e invención liberal y presuponía al que practicaba ajedrez, las mismas virtudes que se suponían a cualquiera otra arte liberal: el ingenio, la memoria, la fuerza de la imaginación, el ejercicio y la afición. Consideraba al ajedrez un ocio loable que desviaba, además, de otras diversiones deshonestas. Aun así, Ruy López seguía con la línea de equiparar el arte de la guerra y el ajedrez.
Por el contrario, unos años antes, en 1549, se había publicado en Valladolid el manual: Dechado de la vida humana, moralmente sacado del Juego del Axedrez. Se trata de la traducción realizada por el licenciado Reina, vecino de Aranda, del Liber de moribus hominum et de officiis nobilium del dominico Jacobus de Cessolis. Cessolis hace una interpretación del juego de ajedrez muy diferente. Lo trata como una trama de alegorías, aplicada al análisis moral de los diferentes estamentos de la sociedad, como una representación de la república y de sus grupos sociales.
[…] “pareciome que contenía doctrina [tan] dulce cuan provechosa, porque en un juego de tanto artificio se debuxan y representan todas las personas que á de aver en un reino, ansí las que goviernan como las que an de ser regidas y governadas, y la manera cómo cada uno á de usar y exercitar su oficio, y la arte de conversar y contratar que an de tener entre sí mesmos”.
El enfoque de Cessolis es curioso ya que atribuye al ajedrez el poder de acabar con las costumbres tiránicas de un rey, describe las piezas nobles atendiendo a los regimientos particulares de los monarcas, los consejeros (alfiles), los caballeros (caballos) y los jueces o gobernadores (roques), pero también valora los oficios populares, asignando a cada uno de los 8 peones, distintas labores o funciones administrativas ligadas a trabajos básicamente agrícolas: siembra, cosecha, caza, guarda y vigilancia del ganado o de los árboles frutales. Esta representación alegórica de las tareas permite que el reino se mantenga y prospere. Cada peón es distinto y se asocia a la figura noble a la que están unidos. Por ejemplo, el peón h2 de la torre del rey, es el que corresponde al labrador y a la agricultura porque al ser vicario del Rey, “proveherá todo el reino de lo nescesario para la vida y a éste llamámosle en esta obra labrador”; el peón g2 a los carpinteros, herreros y acuñadores de moneda; el peón del alfil f2 a los sastres, matarifes, curtidores, escribanos y notarios; el peón de rey e2 a los mercaderes de paños y los cambistas, peón de rey d2 corresponde a los médicos, cirujanos y boticarios; c2 a los taberneros y mesoneros; b2 recaudadores de impuestos y a2 a un elenco de figuras picarescas: ganapanes, ribaldos y caminantes, mensajeros o espías.
El ajedrez, entre otras muchas cosas, es una metáfora de la estructura social y por eso, las piezas y su denominación han ido variando a medida que se producían cambios sociales.
Durante la Revolución Francesa, el 20 Brumario del año 2 (10 de noviembre de 1793), Louis Bernard Guyton de Morveaux, miembro de la Convención y del Comité de Salud Pública, elevó una iniciativa parlamentaria para adecuar los nombres de las piezas a la nueva sensibilidad republicana. El Rey debía ser sustituido por la Bandera, la Dama, por el Oficial General; las Torres por los Cañones, los Alfiles representarían a la caballería ligera: los Dragones; los Caballos serían soldados de caballería, los Peones serían la Infantería; el Jaque se convertía ahora en la expresión a la Bandera y el enroque se convertiría en llevar la Batería a la Bandera. Se debatió, además, prohibir el juego pues si “la palabra ajedrez tiene una etimología regia, es suficiente para condenarlo al olvido”. No se prohibió por considerarlo un juego estimulante para el espíritu, pero se decidió llamarlo el juego de los campos de batalla o el juego de la pequeña guerra “ya que todo el mundo sabe que el ajedrez es una imagen de la guerra”. La antigua “coronación” de los peones cuando alcanzaban la octava fila representaría ahora el ascenso de los soldados valientes.
También la consideración del propio juego, ha ido variando acorde con el pensamiento y la filosofía de las distintas épocas. Del pensamiento mágico en el ajedrez, se pasó a un pensamiento científico en la época de la Ilustración. Leibniz (1646-1716) fue uno de los primeros filósofos que reconoció el carácter científico del juego: “Demasiada ciencia para ser un juego, y demasiado juego para ser una ciencia”; pero fue a partir de la Ilustración, cuando el ajedrez sale de la Corte, se instala en los salones y los cafés, y comienza a interesar a los filósofos.
El músico Philidor (1726-1795),innovador teórico del ajedrez y amigo de intelectuales como Diderot, creyó que el juego se podía sistematizar por medio del cálculo y el razonamiento analítico. El ajedrez entra en el Siglo de las Luces, el siglo de la razón; pero también, se democratiza. La famosa frase de Philidor: “Los peones son el alma del ajedrez” es un símbolo de la nueva estructura social, la caída del Antiguo Régimen y el nacimiento de un nuevoconcepto: el concepto de ciudadanía. Philidor descubrió la fuerza y finalidad de los peones, pero también hay que tener en cuenta las posiciones y, siguiendo con la metáfora ciudadana, las posiciones sociales. Ya hablaremos de las damas.
Napoleón jugaba en los momentos de descanso de sus campañas militares y también frecuentó, como la mayoría de los revolucionarios franceses, el café de la Régence, gran templo del ajedrez europeo de los siglos XVIII y XIX, donde los grandes del ajedrez como Philidor, Deschapelles, La Bourdonnais, Saint Amant alternaban con políticos e intelectuales de la época: Robespierre, Talleyrand, Diderot, Voltaire, Rousseau… Allí se conservó durante mucho tiempo una mesa con la siguiente inscripción: table où Napoleón, premier consul, joua aux Èchecs. Café de la Régence.
Suponemos que su hermano mayor, José de Bonaparte, que durante su reinado en el trono español (1808-1813) solía abandonar el Palacio Real para escapar del bullicio palaciego y refugiarse en la finca de recreo de la Casa de Campo, jugaría al ajedrez en algún salón de la casa-palacio o, quizás, en los jardines reformados al estilo francés. El rey “plazuelas” tenía tanta predilección por la finca de recreo que encargó al arquitecto, Juan de Villanueva, construir un pasadizo abovedado para comunicar el Palacio Real con la zona donde comienza el actual Puente del Rey (que mandó construir Felipe VI), es el llamado túnel de Bonaparte.
En 1851 el ajedrez se convierte en deporte ciudadano y años más tarde en deporte de competición. No será hasta 1924 cuando se crea la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). La Federación Española de Ajedrez (FEDA) es de 1927.
El 20 de abril de 1931, una vez instaurada la República, la posesión real de la Casa de Campo, se cede al Ayuntamiento de Madrid. 300.000 madrileños acudieron al parque a celebrarlo. Ese mismo año, José Paluzié y Lucena publica Manual de Ajedrez para uso de los principiantes. De forma similar, en estos años, el juego de ajedrez comienza a expandirse entre las clases populares.
Fiesta del Primero de Mayo en la Casa de Campo
Campeonato femenino de Ajedrez. Madrid, 1934
Durante la guerra civil, la Casa de Campo se convierte en frente de batalla y los bombardeos afectaron a antiguas construcciones e hicieron aparecer nuevas construcciones militares. Todavía hoy son visibles numerosos restos de trincheras y fortines. La metáfora del ajedrez como metáfora de la guerra nos servirá para analizar este período de nuestra historia reciente más cruenta y cómo se desarrolló sobre el tablero de la Casa de Campo, la ofensiva y defensa de Madrid.
Cultura en los Frentes durante la Guerra Civil. “Celebrando la Navidad, jugando al ajedrez”. Foto Hermann, Fotolabor, P. Luís Torrents... [et.al]. Fotografía, 1936-1939. BNE.
Durante la guerra fría, el dominio de la escuela soviética en el ajedrez no tuvo antagonista. Tras la revolución, la Unión Soviética implantó el ajedrez dentro de la nueva sociedad rusa. Se sabe que Lenin fue un gran aficionado. La URSS comienza a organizar eventos internacionales de ajedrez, como el Torneo de Moscú de 1925, y se crea la Escuela Soviética de Ajedrez, liderada por Mijaíl Botvínnik —quién años más tarde llegaría a ser varias veces campeón del mundo—.
El enorme apoyo del gobierno soviético (financiación, entrenamiento y formación, profesionalización, etc.) pronto obtuvo resultados y surgieron grandes jugadores y un largo periodo de hegemonía soviética. El gran maestro ruso-francés Alexandre Alekhine (1892-1946) se convirtió en campeón del mundo en 1927 tras derrotar al gran maestro cubano José Raúl Capablanca (1988-1942) “el Mozart del Ajedrez”, en Buenos Aires. Aunque en 1935 perdería el título, frente al holandés Max Euwe, lo recuperaría rápidamente en 1937 y lo mantendría hasta su muerte.
A partir de ahí los siguientes campeones del mundo de ajedrez serían todos soviéticos: Mijaíl Botvínnik (1948-1957, 1958-1960, 1961-1963), Vasili Smyslov (1957-58), Mijaíl Tal (1960-61), Tigrán Petrosián (1963-1969) y Borís Spassky (1937-).
Así pues, tras décadas de dominio soviético, el campeonato del mundo celebrado en Reykiavik (Islandia) en 1972 entre el soviético Boris Spassky yel norteamericano que le disputaba el titulo, Bobby Fischer, adquirió tal dimensión mediática que se conoce como el match del siglo. La batalla más cruenta de la guerra fría se libró en un tablero. Fischer se convirtió en el primer estadounidense en ser un Campeón Mundial de Ajedrez desde que Steinitz el primer campeón oficial, se nacionalizó estadounidense en 1888.
El francés Robin-Gaël Vinsot llevó a cabo un estudio en 2002 titulado: El Juego de Ajedrez y guerra de 1910 a 1924 donde analizaba la prensa y propaganda del ajedrez durante la Primera Guerra Mundial. Vinsot llegó a una conclusión clara: En tiempos de guerra, el ajedrez se convierte en un juego de guerra con símbolos y representaciones que acentúan este carácter; en tiempos de paz, el ajedrez se convierte en la imagen de la paz. La realidad es que cualquier acontecimiento histórico se puede expresar como una jugada de ajedrez.
Hasta 1946 el parque de la Casa de Campo no se reabriría al público. En 1950 se inaugura la I Feria Nacional del Campo con una serie de edificaciones representativas de las distintas partes de España. En 1953, de internacionaliza la Feria que pasa a denominarse Feria Internacional del Campo. Se realizan diez ediciones, la última en 1975. En los pabellones de los recintos feriales se han desarrollado varios torneos de ajedrez y aún hoy siguen utilizándose para este fin (p.e. el XVI Torneo Intercentros de la UNED, celebrado en el Palacio de Cristal en 2005 dentro de la feria Nacional del Deporte https://canal.uned.es/video/5a6f9343b1111f761a8b45a3). Hasta 1999 el ajedrez no fue declarado deporte olímpico, en la época de Juan Antonio Samaranch. Para hacerse una idea de la popularidad del ajedrez, en el Campeonato del Mundo celebrado en Sevilla en 1987, la final Kaspárov-Kárpov retransmitida en directo por TVE, fue seguida por 13 millones de espectadores.
Así pues, el ajedrez y su evolución, que nació como un juego propio de la realeza, la Corte y la nobleza y ahora es practicado por 600 millones de personas aficionadas en 188 países –sólo el fútbol y el atletismo superan en número a los socios de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE)-, nos servirá como hilo conductor para elaborar un discurso museográfico que combine los trebejos blancos (la puesta en valor de la Casa-Palacio) y los trebejos negros (el ajedrez, como parte indiscutible de nuestro patrimonio cultural y del patrimonio mundial).