El ajedrez, de arte de la guerra a arte de paz - Tablas
El ajedrez como patrimonio cultural universal
“El ajedrez es un juego de habilidad, de destreza, de inteligencia, se gana entendiendo, no odiando al adversario, no diciéndose que es un enemigo al que hay que destruir. Es un juego de conocimiento. El que conoce es pacífico, tiene amor, y gana porque realmente ve más allá que el adversario. Es el más poderoso”
Eduardo Scala
Oh tú, que cínica burla expresas
y nuestro ajedrez favorito censuras,
su técnica es ciencia misma,
nos entretiene en las congojas,
aplaca la atención del ávido enamorado,
aconseja en su arte al guerrero
cuando los peligros acechan y el riesgo apremia
y nos ofrece, cuando más lo necesitamos, compañía en nuestra soledad.
Ibn al-Mu’Tazz (861-908)
El juego de ajedrez es una de las manifestaciones culturales más antiguas de la humanidad. Se desconoce realmente su origen, pero todos coinciden en que es un juego mítico y remoto nacido en Oriente. Tiene más de quince siglos de existencia y ha contribuido a servir de puente de unión entre oriente y occidente, además de conjugar aspectos propios del deporte, el arte y el pensamiento científico.
El ajedrez, aunque es un arte en sí mismo, desde sus inicios se ha relacionado con el arte de la guerra y las virtudes militares. El primer antecedente del juego, el Chaturanga, era una representación de los 4 cuerpos que componían el ejército hindú y casi todas las piezas del tablero tanto en los ajedreces antiguos como modernos, representaban y representan ejércitos con sus reyes, generales, caballería, peones, etc. También el arte de la guerra con sus estrategias y tácticas es común a ambas disciplinas. Lo cierto es que el origen del ajedrez ha ido parejo a las sociedades que lo inventaron y practicaron y estas sociedades eran, esencialmente, guerreras.
Alfonso X "el sabio" Los Libros de ajedrez, dados y tablas de 1283, en la presentación dedicada al ajedrez, Alfonso X indica los tipos de personas que podrían estar más interesados en participar en esta clase de juego que “se fazen seyendo”: las mujeres, al no cabalgar y estar encerradas; los hombres que son viejos y débiles; los que “han sabor de aver sus plazeres apartadamientre”; y los prisioneros, los marineros y cuantos por enfermedad están impedidos de ejercitar otras actividades”. Todos ellos podrían encontrar en esta práctica una consolación en sus tiempos baldíos, pero también una enseñanza moral, porque cada pieza encierra un significado y las formas de desplazarse en el tablero muestran qué movimientos están admitidos y qué estrategia ha de emplearse. El seguimiento de la partida es un entretenimiento para esquivar los conflictos y para aprender el modo de superar las dificultades. La partidas entre califas y reyes medievales a veces resolvían sus conflictos no con la guerra sino con una batalla de ajedrez.
Hay una corriente de larga y antigua tradición, que considera el ajedrez como una representación simbólica de la estructura jerarquizada de un reino, con los distintos cargos, dignidades y oficios que lo componen. Las leyendas fundacionales arcaicas suelen vincular la invención del juego a la educación de un príncipe. El ejemplo clásico es el Liber de moribus hominum et de officis nobilium, sive super ludum scachorum redactado por Jacobo de Cessolis a principios del siglo XIV.
“Demás d’esto, también es de notar que en la ajedrez se da ejemplo a todos los estados de la república para que cada uno tenga su lugar y ejercicio señalado, sin ocupar el ajeno, pues vemos que el peón camina como peón, poco a poco, hacia delante, sin volver atrás; y el árfil como árfil, por las esquinas, sin mudar color; y el caballo como caballo, al través; y el roque como roque, derecho; y el rey como rey, sin poder quebrar esta ley”.
En su primer tratado se proponía una hábil fábula para ligar la función de este juego a la corrección de las costumbres tiránicas de un rey, mientras que el segundo se destinaba a la descripción de las piezas nobles, atendiendo a los regimientos particulares de los monarcas, los consejeros (alfiles), los caballeros (caballos) y los jueces o gobernadores (roques). De esta manera, el tercer tratado procederá a la valoración de los oficios populares, asignando a cada uno de los ocho peones distintas labores o funciones administrativas. La novedad es de sumo interés y se ajusta a la iconografía de los meses del año, tallada en tantas portadas de iglesias y ligada a trabajos básicamente agrícolas: siembra, cosecha, caza, guarda y vigilancia del ganado o de los árboles frutales. Parte de esos rasgos y atributos se aprovechará en esta portentosa representación alegórica de las tareas que permiten que el reino se mantenga y prospere. Lo singular es que el número de piezas del ajedrez aumenta, porque, aunque sigan siendo peones y se muevan conforme a sus reglas, de hecho, cada uno de ellos es distinto y se asocia a la figura noble a la que están unidos. El ajedrez se convierte, entonces, en un juego en el que se disponen trece «trebejos»: cinco nobles, más ocho que actúan al servicio de esas piezas y de sus necesidades particulares, tal y como se indica por ejemplo al describir al peón h2 que corresponde al labrador y a la agricultura.
El tablero se consideraba un espejo de la sociedad medieval y el juego del ajedrez constituía en sí mismo un símbolo al mismo tiempo guerrero y cortés, que representa, como un microcosmos, a la sociedad feudal, un simbolismo ejemplarizante que permitía señalar el lugar de cada uno en la escala social.
En la Edad Media también se juega ajedrez en los monasterios y los monjes adquirían enseñanzas morales y meditaban sobre el juego. Para Eduardo Scala la partida, más que una guerra, se trata de un juego sagrado porque cada partida es una ceremonia, un rito.
En la época de los Reyes Católicos se producen algunos hechos históricos de especial relevancia para el juego de ajedrez: la pieza del “alferza” es sustituida por la dama (o reina) y, cuando un peón corona (esto es, llega al final del tablero), puede convertirse en esa pieza. Para algunos historiadores, la introducción de la pieza de la dama en el juego del tablero está inspirada en la figura de Isabel la Católica, una monarca con gran poder e influencia. Esta es la opinión de Govert Westerveld (campeón mundial de ajedrez y estudioso de la historia del juego) y el historiador José Antonio Garzón Roger que afirman que en el manuscrito del poema “Scach d´amor” (Valencia, 1475), uno de los primeros documentos del ajedrez moderno hay ya bastantes referencias a los movimientos y la existencia de la nueva pieza, describiéndose la reina como un trebejo de muy reciente creación. Hasta esa fecha, el tablero era igual al que hoy existe, con 4 casillas, pero al lado del rey no se encontraba la dama o la “reina”, sino una figura con menor valor llamada “alferza”. El alferza era un pieza masculina que sólo podía mover un paso en diagonal, por lo tanto, era tan débil como un peón. Cuando los peones llegaban al final del tablero, se transformaban en “alferzas”.
La introducción de la reina y sus movimientos sobre tablero (reúne los movimientos del resto de las piezas, excepto los propios del caballo) supuso una revolución para el ajedrez ya que incrementaba exponencialmente las combinaciones de las partidas y las posiciones de las piezas. Por un lado, se dinamiza y revitaliza el juego ya que el ajedrez medieval era muy lento y se había llegado a un grado de desarrollo técnico que había conducido a que, más que a una competición o partida entre dos mentes, los jugadores se dedicaran a componer los llamados “problemas”, limitándose a practicar finales o jugar partidas artísticas. Se buscaba la “belleza en el ajedrez”. Con la introducción de la reina, la partida cobra de nuevo vida y evoluciona hacia una dimensión más científica o artística, y la lógica del juego cambia por completo.
Las nuevas reglas del juego pasaron de la península al resto del mundo y a esto contribuyó también la expulsión de los judíos en 1492 puesto que eran muy aficionados al juego y divulgaron la reforma. Esta renovación sentó las bases del ajedrez moderno y hoy sigue vigente en todo el mundo.
El historiador José Antonio Garzón se atreve incluso a dar la fecha exacta de 1471 para la introducción de la dama, tras analizar un documento donde se hace referencia al autor del primer libro de ajedrez en el mundo, el valenciano Francesch Vicent, cuyo incunable “Libre dels jochs partitis dels schachs” está hoy perdido, pero del que se dice fue impreso en Valencia en 1495 para ofrecer un reglamento de ajedrez que se había inventado 20 años atrás. También hay indicios de que Vincent fue profesor de Lucrecia Borgia en 1506, con lo cual entendemos como el nuevo ajedrez se fue expandiendo por todo el mundo.
El nuevo poder de la reina en el ajedrez que se convierte en la pieza más valiosa del tablero, vendría a ser una especie de metáfora del poder ejercido por la reina Isabel (la capacidad de coronar a la dama en el otro tablero) y de la paridad e igualdad de géneros tanto en el tablero como fuera de él: “Tanto monta, monta tanto Isabel, como Fernando”.
En el contexto histórico de la época de Felipe II en la que la clase media-alta que se preciase educaba a sus hijos en el conocimiento del Juego del Ajedrez como educación socialmente obligada, el ajedrez era un juego de reyes, príncipes y estrategas de guerra.
Para Ruy López de Segura, el primer tratadista moderno de ajedrez, el ajedrez fue inventado por el griego Palamedes en la época de la guerra de Troya “para que los soldados en el tiempo de las treguas, no se ocupasen en ejercicios viciosos, sino que siempre estuviesen intentos en las cosas de la milicia y trajesen los ingenios vivos, y ejercitados en las sutilezas de poder vencer sus enemigos”. Con Ruy López no sólo se recupera la teoría analítica del juego, sino también la equivalencia del ajedrez con el arte de la guerra.
Los torneos abandonan los campos de armas y el honor de los países se batalla ante un tablero. Es lo que refleja Luigi Mussini en su pintura “Torneo de Ajedrez en la Corte Española” de 1886, inspirándose en el primer torneo convocado por Felipe II en El Escorial en 1575, en el que participan los españoles Ruy López de Segura y Alfonso Cerón; y los italianos Da Cutri y Pietro Boi, el Siracusano.
El ajedrez alcanza gran popularidad en el período que abarca de 1497 -cuando se publica el Manual de Lucena- y 1549, fecha en que se publica el Dechado de la vida humana. Período que coincide con el auge de las universidades y el desarrollo de la imprenta. El juego-ciencia era, sin duda, uno de los entretenimientos preferidos de los estudiantes universitarios y las alegorías morales en torno al ajedrez se enfocan a apartarles de los vicios del ocio y del simple entretenimiento, así como para inculcarles cierta moralidad que no consista únicamente en vencer al oponente. Para Lucena, el ajedrez es un arte ya que titula así su manual: Repetición de amores y Arte de Ajedrez, Salamanca, 1497.
Tras la Revolución francesa se propuso prohibir el juego por su origen y etimología real, aunque se desestimó ya que se consideró que era un juego estimulante para el espíritu, pero se adaptaron los nombres de las piezas a la nueva sensibilidad republicana, aunque manteniendo su carácter militar.
Sin embargo, algunos autores sostienen una opinión contraria. Para Eduardo Scala, el ajedrez es el juego de los filósofos y representa una cosmogonía. Sus combates son espirituales entre el orden y el caos, la luz y las tinieblas. El ajedrez no es un arte de guerra, sino un arte de paz. “El juego simboliza el conflicto cósmico y biológico, la lucha entre las fuerzas de la vida y de la muerte, el tejido evidente y secreto de la realidad, de la última realidad, nombrada Rebis por los alquimistas, que el sol y luna, SOLUNA, solo Una Cosa, signo de plenitud y Totalidad”.
Santa Teresa de Jesús que sabía jugar como era norma en las familias de alto y medio abolengo del siglo XVI y que es considerada la patrona del ajedrez en España, hace bastantes menciones al juego mediante alusiones en donde explica el camino que debe recorrer un alma para llegar a Dios. Así, considera el ajedrez como juego lleno de sabiduría tal y como se refleja en su obra ascética "Camino de Perfección" escrita entre 1564 y 1566: "Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego de ajedrez, que sabrá mal jugar, y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así me habéis de reprender porque hablo en cosa de juego, no le habiendo en esta casa ni habiéndole de haber. Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces. Y cuán lícito será para nosotras esta manera de jugar, y cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos ni querrá". (Cap. XVI).
La famosa frase de Philidor: “los peones son el alma del ajedrez”, no sólo sintetiza uno de los principios fundamentales de su sistema de juego, también simboliza los profundos cambios que estaba experimentando la sociedad de su época y que culminarían en la Revolución Francesa. De esta forma el ajedrez, que tuvo su origen en la Corte y los palacios y que había sido hasta ese momento un juego de reyes, nobles y caballeros, comenzó a practicarse entre las clases medias y pronto se convierte en una actividad muy del gusto de la burguesía y los Salones comienzan a acoger el ajedrez como juego de moda.
Se atribuye a Napoleón, gran aficionado al ajedrez, la frase: "Ahora todo soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal". Lo cierto es que la evolución histórica con la caída del antiguo régimen y el paso a un nuevo orden social tras la Revolución Francesa, corrió pareja a la democratización del ajedrez que pasa de los campos de batalla a los salones de la Corte y de ahí a los Cafés en el París de la Ilustración. Poco después, el ajedrez sale a las calles.
Para Bobby Fischer “El Ajedrez es una guerra en un tablero. El objetivo es aplastar la mente del oponente”, pero también afirmó: “El ajedrez es la vida”.
Como afirma Scala: “El sabio y místico ajedrez no es un juego marcial. Fue introducido en la Península Ibérica a través de Zyriab, refinado poeta, músico y cantante iraquí. Procedente de Damasco, llegó al Califato de Córdoba de Abderramán II en el siglo IX, portando el silencioso instrumento del ajedrez como juego iluminativo”.
Y concluimos con Javier Asturiano resumiendo a Scala: “Los buenos aficionados al ajedrez desde hace siglos lo han jugado y lo jugarán de mil maneras y en cualquier parte: en la intimidad del hogar, en un parque, en una piscina, en un café o club, por correo o a través de las múltiples pantallas tecnológicas. A falta de piezas adecuadas utilizarán piedrecillas, balas o incluso figuras hechas con miga de pan o cartón para evadir a los soldados de la guerra real con el juego intelectual de los reyes, que en realidad es un juego de hermandad y conocimiento más que de guerra, o sea, mercurial más que marcial”.